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No espere, pues, el lector informarse aquí de impresiones ajenas, sino de las mías. Tengo la satisfacción de ser un autor inédito de gran avío y reserva. Debemur morti. Es gran consuelo de no poder leerlo todo, la conciencia de que fuera vana la empresa imposible. El aspecto de la ciencia cambia cada quince años; antes de concluída, cualquiera publicación extensa tiene ya partes caducas.
Cada «clase» recién llegada rehace por su cuenta la ciencia, la filosofía, la crítica. La historia es una tela de Penélope: todo es sustentable porque todo es incierto.
La muchedumbre imitadora marca el paso y despacha su etapa en pos del conductor. A éste hay que admirarle «en bloque». Eso repite la pedantería escolar. Un gran poeta resume toda la poesía. La inconsecuencia es flagrante, y no pretendo justificarla. Encuentro tan singular la hipótesis de que se embarque un escritor para lejanas tierras, con el propósito de observarlas de reojo y pintarlas de través, que me siento coartado para discutirla.
De ello se tiene una muestra en el Apéndice. Y he deseado que este libro fuera bueno para que pudiera ser eficaz. Sentiría que la brevedad material de cada esbozo engañase respecto de su contenido. Por cierto que no he encerrado en uno ó dos capítulos la sociología de una región. Con sus errores y deficiencias, este es un libro de buena fe. Como dice Mefistófeles, «se comprime el espíritu en botas españolas», imponiéndole violentamente la noción del rigor lógico y de la ley absoluta, que no existe en las cosas humanas, y edificando sobre el suelo firme de la realidad los castillos de naipes de las reglas abstractas y del puro raciocinio.
El criterio de las ciencias históricas y aun naturales no debe ser, por ahora al menos, el de necesidad y certidumbre, sino el de contingencia y verosimilitud. No se admite en teoría sino el criterio absoluto: y por eso la teoría resulta falsa é impotente, puesto que lo relativo y contingente es la atmósfera misma en que «nos movemos y somos».